12 febrero 2006

El ruido


En muy pocas ocasiones somos capaces de percibir la relación de causalidad entre la realidad actual y ciertos detalles del pasado que en su momento consideramos irrelevantes. Las instituciones lo saben y durante décadas han utilizado su capacidad para trascender en el tiempo y se han aprovechado de esta debilidad social.

Quién sino el Estado hubiera podido elaborar un plan tan magistral como el que he descubierto. Detalles en apariencia inconexos como la invención del walkman, el auge de la música tecno, o la difusión de los bares de copas en la década de los ochenta son en realidad parte de una estrategia perfectamente diseñada. Durante años nos alimentaron con decibelios, sonidos estridentes, volúmenes calibrados justo antes del límite en el que se desintegran los huesos del oído humano. Nunca como hasta ahora lo he visto tan claro; las autoridades necesitaban reducir de manera progresiva nuestra sensibilidad hacia el ruido. Era imprescindible para que las obras que sabían que iban a ejecutar en nuestras ciudades no desencadenasen motines y sublevaciones. Qué oído sin pasar por este tratamiento hubiera resistido el ruido de excavadoras, retropalas, martillos hidráulicos y demás componentes de nuestra orquesta urbana.