01 abril 2006

España se queda calva (1)

Como ya he comentado en alguna entrada anterior, la calvicie me produce una intensa repulsión. Ayer en los locales de ocio de esta capital, volví a experimentar esa terrible sensación que me impide disfrutar de la noche, de mi derecho a la evasión. semanal. De manera casi inconsciente la presencia de individuos sin pelo me obliga a estar pendiente de la localización de las salidas de emergencia, a fijarme en vías de escape alternativas, a beberme mis copas con la atención en otro sitio.

Si un buen día nos encontráramos con un número semejante de seres sin nariz o sin orejas nos preocuparíamos, movilizariamos a los científicos, enviaríamos muestras de tejido a distintos laboratorios de Estados Unidos. No obstante, enfrentamos desde la pasividad lo que es una mutación genética de carácter único. En apenas unas cuántas generaciones, nuestra España habrá perdido por completo el atributo que la distingúia de los cerdos y de los reptiles, el pelo.

Los calvos deben su éxito a la enorme energía que la frustación les ha proporcionado a lo largo de los últimos siglos. Hasta hace bien poco la enfermedad debía limitar su actividad sexual a furtivos encuentros con animales, sus oportunidades laborales a los esporádicos trabajos que encontraban en los circos itinerantes. Mis investigaciones sobre el inframundo de los calvos me han permitido descubrir que hoy la situación se ha revertido.

Pocos conocen que las extensas redes de alcantarillas de nuestras ciudades son en realidad las puertas de entrada hacia el enorme mundo subterraneo que estos seres han ido construyendo con la constancia propia de los que odian. El azar combinado con mi perseverancia me ayudaron a descubrir su secreto ...