24 febrero 2006

Las leyes



La vida en sociedad sería mucho más compleja si carecieramos de instituciones con capacidad para ordenar la forma en la que los individuos interactúan. Desde el momento de nuestro nacimiento, sin que tengamos opciones para evitarlo, quedamos sometidos a las normas de la institución familia. Nuestras primeras horas de vida quedan para siempre marcadas por el contacto con el Estado y sus correspondientes registros. Pronto, la Iglesia hará su aparición y nos someterá a terribles ritos iniciáticos que van desde mojarnos en bañeras de piedra a mutilar organos reproductores. Hasta el momento de la muerte nuestra dimensión de individuos habrá sido anulada en miles de ocasiones por medio de complejísimas reglas.

Sabiendo que a corto plazo carezco de otras opciones, cada día me levanto con temor a estar incumpliendo algún real decreto, ordenanza municipal, ley orgánica, o principio comunmente aceptado del derecho. Siento pánico si pienso que me estoy saltando algun precepto bíblico o incumplo, sin saberlo, un determinado tratado internacional. Las propias leyes de la física me generan una enorme intranquilidad pero también las de la oferta y la demanda, las normas de mi comunidad de vecinos, e incluso la de los bares que tienen reservado el derecho de admisión.