04 abril 2006

España se queda calva (3)


Tras un golpe certero observé cómo la tapa de la alcantarilla comenzaba a ceder, bastaron otros dos martillazos para hacer trizas una pieza de hierro que debía pesar más de quince kilos. En cuestión de segundos, al menos veinte personas salieron a toda velocidad de la apertura practicada. Lo primero que pensé es que debían tratarse de operarios del canal de Isabel II trabajando en alguna avería. Sin embargo era evidente que algo raro ocurría. No parecía demasiado lógico que esta empresa contara con mecanismos tan primitivos para facilitar a sus empleados un rápido escape en caso de emergencia. Por otra parte, ¿qué tipo de reparación podía necesitar a tanta gente a esas horas? Sin saber muy bien cómo di un salto que casi me cuesta la oreja, si allá abajo había algo peligroso lo mejor sería alejarme de mi edificio cuanto antes

A toda velocidad, subi la cuesta de mi calle, giré por San Eugenio y al llegar a Atocha me encontré con que los mismos personajes que antes corrían con desesperación, caminaban sin prisa, en pequeños grupos de dos o tres personas, como si nada hubiera sucedido. Decidí seguirlos confiado en que no llamaría demasiado la atención alguien deambulando por esa zona un jueves por la noche. Lo contrario, la huida, hubiera sin duda despertado sus sospechas.

Al llegar a la calle Huertas me tranquilicé, los bares de copas estaban bastante concurridos así que podía sentirme más seguro allí que en el camino de regreso a mi casa. Ver a tanta gente finalmente me animó a tomarme un gin tonic en el primer bar que encontré, al fin y al cabo tampoco creo que hubiera podido dormir gran cosa. Y allí estaban, al fondo vi a tres de estos tipos hablando acaloradamente. La cuarta copa me ayudo a aclarar las ideas, todos estaban completamente calvos.