27 noviembre 2006

San Canuto


En más ocasiones de las que serían deseables, he cedido al destino y a la casualidad la dirección de esa parte de mi vida sobre la que conservo un cierto control: los fines de semana.

La que se suponía iba a ser una tranquila tarde de domingo, se vio ayer alterada por un inesperado encuentro con el mismísimo San Canuto, personaje al que durante mi paso por la Universidad Autónoma, veneré con sincera devoción. Por motivos aún no del todo comprensibles, efectué una visita de cortesía a la catedral de Odense en cuya cripta descubrí descansando, en espera de la resurrección, a este ilustre escandinavo.





Lo cierto es que lo vi algo desmejorado, más bien en los huesos, señal de que sus actividades no eran del todo saludables. Y es que las autoridades que custodian sus reliquias no han tenido mejor idea que sensibilizar al mundo dejando abierta la tapa de su primitivo ataúd. Para que os quedéis tranquilos, compañía no le falta: a su lado reposa también Benedicto, su hermano, fallecido en idénticas circunstancias aunque con algún que otro pecado que lo ha mantenido fuera de nuestro santoral. Tras repasar las biografías de estos dos hombres he recuperado la esperanza de alcanzar yo mismo la santidad; al fin y al cabo, por lo que recuerdo, no he iniciado ninguna guerra, invadido a mis vecinos o maltratado fiscalmente a los campesinos de Jutlandia.