05 abril 2006

España se queda calva (4)

Durante casi un mes la escena se repitió a diario. Los lunes y martes apenas dos o tres personas salían de la alcantarilla sin embargo, durante los fines de semana las cifras se multiplicaban: un sábado llegué a contar a doscientos veintitrés calvos saliendo en tandas de a veinte.

No podía haber hecho otra cosa, la curiosidad hacia lo que observaba me impulsaba a averiguar algo más. Así que un mañana de domingo, me calcé las botas de gore tex negras, me puse un gorro, cambié las pilas a mi linterna y bajé. No tenía previsto descender más que un par de escalones, sin embargo me fui animando y al llegar al último me encontré con todos los detalles que se supone debe tener una alcantarilla. Pero al girar mi vista a la derecha observé una tenue luz que salía de lo que parecía una puerta; con sumo cuidado me acerqué hasta allí y casi me caigo de la sorpresa: desde allí se accedía a un nuevo túnel pavimentado y con una iluminación aceptable.

Al contrario que mi calle, la inclinación de este pasadizo es descendente, pero salvo esa particularidad existe allí una gran simetría con el exterior: donde supuse debían estar las puertas de los edificios se podían encontrar indicados sus números, en cada esquina se señalaban los nombres de la calles, incluso encontré flechas que señalaban la dirección del tráfico y carteles que mencionaban detalles particulares del exterior.

Comencé a andar bastante animado por el descubrimiento, me tranquilizaba pensar que en caso de dificultades sólo tendría que dirigirme hacia mi casa del mismo modo en el que lo haría si estuviera en la calle. Fue así como al llegar a lo que debía ser Callao comencé a percibir un difuso rumor. Para que negarlo, en ese momento sentí miedo de verdad. Decidí salir de allí lo más rápido posible metiéndome por una pequeña calle diagonal pero al doblar la esquina me encontré de frente con un calvo que me resultó familiar: el portero de la Cartuja.

Me quedé paralizado, y debió repetirme la pregunta un par de veces hasta que entendí que necesitaba comprobar mis credenciales. Hice como que la buscaba en mi cartera, con una seguridad que me sorprendió le aseguré que debía haberlas dejado en casa y que no tenía problema en volver a por ella. Se me quedó observando un largo rato mientras hacía un esfuerzo sobrehumano por mantener firme mi mirada. Tras una tensa espera decidió por fin comunicarse con alguien que debía ser su superior. ¿De dónde vienes?, me preguntó.

Le respondí algo que sin ser falso, nunca creía que pudiera verificar: de la ciudad de Salta. Después de unos segundos me pasaron la radio, y me hicieron un par de preguntas sobre la situación del equipo de fútbol Gimnasia y Tiro; contesté sin vacilar. Mi interlocutor en un tono mucho más amable me confesó entonces su sorpresa: pensé que ya teníamos ningún representante allí, alabó mi valentía por desarrollar El Plan en un entorno tan hostil y finalmente agradeció mi presencia en La Junta.