11 diciembre 2006

Nuevas mutaciones

He comenzado la semana algo preocupado por el terrible anuncio de que ciertos ejemplares de nuestra fauna marina podrían estar experimentando una mutación sexual de consecuencias imprevisibles. Al parecer en las costas gallegas han comenzado a aparecer ejemplares hembra de caracolas con un pene milimétrico (Nucella Lapillus o caracolillas), mientras que en el Ebro y en la Sierra de Madrid nadan a sus anchas carpas machos con células femeninas. Por lo que aventuran los científicos esto podría guardar relación con el vertido de determinados componentes químicos entre los que citan al tributilo de estaño (C24H54OSn2) y las píldoras anticonceptivas.



Las mutaciones en sí no son malas, de hecho sin ellas todavía seríamos trilobites, o incluso amebas, organismos que si bien fornicaban con bastante frecuencia despedían un desagradable olor corporal. Pese a todo, resulta desconcertante que nuestra generación haya tenido que coexistir con múltiples alteraciones del núcleo mitrocondrial en un espacio tan breve de tiempo: primero fuimos testigos de la aparición de la subespecie de los calvos y ahora estamos a punto de transexualizarnos.


La acumulación de mutaciones es justamente el mayor peligro al que nos enfrentamos. Unos cuantos ictófagos irresponsables necesitarían miles de años para alterar nuestro ADN, sin embargo dada la similitud entre el pelaje de un pez y el de un calvo lo más probable es que el salto genético comience antes de lo previsto. Las mujeres deberían hacer un esfuerzo adicional para evitar compartir material genético con esos otros organismos y no estaría mal que erradicaran la, al parecer, extendida práctica de arrojar sus anticonceptivos en el mar.

Mientras escribo esto soy consciente de que ciertos sectores de la sociedad madrileña saludarán los cambios con la misma ilusión con la que nuestros hermanos del opus recibieron la noticia de la canonización de Monseñor Escrivá de Balaguer. Si nada lo remedia, su anhelo de cumplir el ciclo temporal de frustación (pelucas en el solsticio navideño) y deseo (trasvestidos en el equinoccio de carnaval) se habrá materializado de un modo que pocos hubieran imaginado hace tan sólo un par de décadas.