29 enero 2007

Lanzamiento de mi candidatura a Obispo de Roma


Para qué vamos a engañarnos, las probabilidades de que algún día nos canonicen son casi nulas. Por muchos esfuerzos y ayunos que realicemos nuestros nombres, nos guste o no, nunca llegarán a formar parte del santoral católico. Ante esta nefasta política de incentivos, no es de extrañar que con tanta frecuencia nos dejemos arrastrar por el pecado en cualquiera de sus múltiples manifestaciones.

Para reconducir esta situación he decidido postularme como candidato a Papa considerando que, además de cumplir todos los requisitos exigidos por el derecho canónico, mi italiano es mejor que el de Benedicto XVI. Mi programa electoral se limita a las siguientes cinco medidas:


  1. Declararé prescritos todos los pecados cometidos por la humanidad y lo haré con carácter retroactivo de manera que puedan beneficiarse de este indulto todas las especies de homínidos incluyendo a nuestros primos los Neandertales.

  2. Todo aquel que lo desee podrá pasar su vida eterna en el cielo o en el infierno o incluso mezclar ambos destinos de acuerdo con sus preferencias personales. Limbos y purgatorios quedarán cerrados al ser construcciones contrarias a la lógica.

  3. Incluiré en el santoral a todo aquel que lo solicite con la excepción de aquellos que se definan como practicantes.

  4. A continuación disolveré la Iglesia Católica puesto que su intermediación no será ya necesaria. Todo el personal adscrito a la misma deberá recolocarse en actividades productivas siguiendo el ejemplo de la mayoría de los mortales. Con carácter transitorio se abrirá una oficina estadística cuyo única finalidad será la de mantener actualizado el registro con el santoral.

  5. Abdicaré como Papa y montaré una gran fiesta en Castel Gandolfo.

Desde un punto de vista técnico la reforma propuesta es posible y se sustenta en el Principio de Infabilidad Papal, en las facultades recogidas en el Canon 31 del Código de Derecho Canónico (El Obispo de la Iglesia Romana […] tiene en virtud de su función, potestad ordinaria, que es suprema, plena, inmediata y universal en la Iglesia, y que puede ejercer libremente”) y hunde sus fundamentos en el propio texto bíblico:


“A ti te daré las llaves del Reino de los cielos; y todo lo que atares sobre la tierra será también atado en los cielos; y todo lo que desatares sobre la tierra será también desatado en los cielos”.


Así, que no lo pienses, escribe una carta a tu obispo y colabora para que mi candidatura desencadene una gran fumata blanca.